Mt 13, 54-58 |
—Me escuchas, Manuel, tengo una gran confusión con mi idea del Reino de Dios. Pienso que será muy difícil, por no decir imposible, construir un Reino desde la pobreza, ¿cómo lo ves tú?
—Si en lo que estás pensando es en un Reino al estilo de los de este mundo, te equivocas. Jesús habla de otro Reino donde sus verdaderas armas son el amor y la misericordia. No necesita de fuerza ni de riqueza. Su poder es el Amor.
—¿Y crees que con amor y misericordia se puede conquistar el mundo?
—El mundo está en transformación y la llama del Amor está encendida. El Reino del que nos habla Jesús de Nazaret no es de este mundo. Habla de otra clase de Reino.
—¿Es que existe otra clase de Reino? ¿Puedes explicármelo?
—Claro, y con mucho gusto. Jesús habla de un Reino de Amor, donde las diferencias, las desigualdades, las injusticias y todo lo que provoca el desamor y los enfrentamientos dejen de existir. Donde prevalezca siempre la Paz, la Justicia y la Verdad en el Amor.
—Sí, lo entiendo, pero, ¿es eso posible?
—Para eso ha venido Jesús, enviado por su Padre. Esa es su Buena Noticia: Un Reino de Amor, Paz y Justicia.
— Es un ideal hermoso… pero, ¿no suena imposible?
—Imposible, Pedro, para nosotros, los hombres y mujeres de este mundo, pero no para Dios. Por eso envía a su Hijo Unigénito, para que, entregando su Vida por Amor, nos enseñe el Camino, la Verdad y la Vida.
—¿Y piensas que eso es suficiente?
—¡Parece que sí! La gente quedaba admirada de su sabiduría y milagros, y no entendía de dónde los sacaba. Lo que ocurre, hoy también nos sucede, que conocen a Jesús y saben de sus orígenes. Se escandalizan de sus palabras y obras. Nadie es profeta en su tierra.
—Él lo ha dado todo, y ahora nos toca a nosotros aportar lo nuestro, lo que cada uno pueda y haya recibido. Él sabe lo que podemos y hasta dónde podemos. Nos ha prometido su ayuda y con Él podremos hacerlo. Además, recuerda que desde la hora de nuestro bautismo, el Espíritu Santo, nos acompaña y nos asiste. Confiemos, entonces, en el poder del Amor, que ha vencido ya al mundo. El Reino está en marcha, y tú y yo podemos ser parte de él
Pedro había entendido que las apariencias nos juegan a veces malas pasadas. Sus paisanos lo habían conocido desde sus años infantiles y de juventud, trabajando con su padre. Les escandalizaban sus palabras ahora, ¿de dónde le viene todo eso?, se decían. Y nuestra experiencia nos descubre lo mismo. Nadie es profeta en su tierra.