Se acerca el Adviento y la
Palabra de Dios nos recuerda que se acerca la celebración del nacimiento del
Señor. Un nacimiento que hay que preparar esperando vigilantes y atentos y
llenos de esperanza. Porque, de ese acontecimiento va a depender la felicidad
que todos buscamos. Jesús es nuestra esperanza y de la escucha de su Palabra
dependerá nuestra felicidad eterna.
Ahora, esa espera debe ser
inquieta, anhelante, deseosa. Nunca puede estar doblegada y distraída en la
indiferencia, en la superficialidad y en la rutina. No podemos dejar que se
convierta nuestra espera en costumbre y actos que repetimos sin sentido como
unos hábitos adquiridos sin coherencia ni fundamento. Si realmente los vivimos
como una tradición festiva que celebramos cada año, podemos perdernos en la
superficialidad de quienes celebran algo que no viven ni le llenan de
esperanza.
Necesitamos descubrir en
nuestros corazones esa esperanza de nacer cada día a un nuevo deseo de mejorar,
de perfección y de encontrarnos con Jesús. Viene el Mesías esperado que nos
colma de felicidad, de gozo y de paz y nos anima a estar vigilantes y atentos
para no distraernos y, entretenidos en otras cosas, le dejemos pasar.
Y es que dependerá de nuestra actitud de espera, porque, se puede esperar a alguien como costumbre y tradición sin experimentar ningún cambio en mi persona ni, por supuesto, ninguna esperanza. Y se puede esperar con la actitud de ponerse en camino y de dejarse acompañar para orientar mejor cada día su vida hacia ese Camino de Verdad y Vida. Y para eso debemos estar a la escucha de la Palabra y vigilantes ante las tentaciones y seducciones que el mundo nos propone y con las que nos quiere apartar de prepararnos para la venida del Señor, razón y fundamente de nuestra fe esperanzada.