Acercarnos a
alguien descubre cierto interés, curiosidad por conocerle o buscar algún
beneficio. Aquel leproso, del que nos habla el Evangelio, se acercó a Jesús
convencido de que si Jesús quería le podía curar. Con esa fe e intención se
acerca a Jesús y le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de
él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante,
le desapareció la lepra y quedó limpio.
También nosotros
somos leprosos. Quizás no tengamos la enfermedad de la lepra pero si muchas
otras lepras que consumen nuestra vida y la someten a vicios, dependencias y
esclavitudes. Hay una lepra que nos amenaza gravemente hasta el punto de perder
nuestra vida para el gozo eterno junto a nuestro Padre Dios. Se trata del pecado.
Somos consumidores de pecado y necesitamos limpiarnos. Nuestra naturaleza está
viciada, manchada y contaminada por el pecado y solo el Señor puede, si quiere,
limpiarnos. Pero, igual que aquel leproso, tenemos también nosotros que
pedírselo con fe y abrirnos a su misericordia. El Señor quiere salvarnos, ha
venido para eso y nos acoge con su Infinita Misericordia para limpiarnos y
darnos vida eterna.
Necesitamos acercarnos al Señor con fe y con la buena intención de pedirle que nos limpie de esa lepra del pecado. Estar y permanecer cerca de Él y ser testimonio para otros de la alegría de experimentarnos salvados.