En los momentos
difíciles, adversos, de sufrimiento, cuando todo se nos viene abajo y el mundo
se convierte en un lugar hostil e inaguantable, recordar lo que sufrió Jesús
abrazado a la Cruz para conseguir del Padre nuestra redención nos puede venir
muy bien para aceptar también nuestra realidad y circunstancias. Y para eso,
tener presente esta frase «no es el discípulo
más que su maestro» nos puede fortalecer y ayudarnos a
soportar tales adversidades y contratiempos.
Se hace
tremendamente difícil seguir a Jesús. No hay doble camino ni se esconde nada.
El mismo Jesús nos lo presenta tal y como Él mismo lo va a recorrer. Su Pasión
queda a la vista de todos. Pero nadie lo entiende ni lo quiere aceptar. Los
discípulos tienen miedo de aceptar eso que Jesús les trata de anunciar. Están
admirados de sus palabras y de su vida y no pueden comprender ni aceptar lo que
Jesús les está anunciando: (Lc 9,43b-45): En aquel
tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a
sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va
a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no…
Igual nos puede
estar sucediendo a nosotros. No queremos escuchar ni aceptar ese camino que
Jesús nos presenta. Queremos seguirle,
eso sí, pero trazando nosotros nuestro propio camino y no el que Él nos
presenta. Nos da miedo; nos sentimos débiles y no falla la fuerza de voluntad.
Nos engañamos y queremos adulterar el camino. Un camino que solo Él nos lo
enseña y recorre primero. Precisamente,
Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Y si queremos y buscamos eso tendremos
que seguirle confiando que de Él recibiremos las fuerzas para recorrerlo con éxito
y firmeza.
Es verdad que en muchos momento, al menos a mí me sucede eso, deseamos quedarnos en la escucha y admiración de su Palabra. Nos encanta hablar de Jesús y de todo lo que nos dice y compartir con los hermanos en la fe. Pero, la fe tiene, no solo que sentirse sino también verse. Si simplemente se queda en parecer mala señal. El camino se hace cuando se camina, se vive y en el andar se dejan obras. El amor necesita verse, sentirse y tocarse en actos concretos.