De alguna manera,
me pregunto, todos somos enviados. Enviados a dar testimonio de nuestra fe, a
manifestar que nuestra conducta es contraria a la razón humana por amor. Un
Amor que nos viene fortalecido y regalado de nuestro Padre Dios.
Porque, no se
entiende que se dé por amor gratuito tu servicio, tus talentos, tus bienes o lo
que necesite aquel que realmente tiene necesidad. No se entiende por la razón
humana que se perdone al enemigo, a quien te ha ofendido, te excluye y te hace
mal. No se entiende que regales tu esfuerzo sin dar nada a cambio ni condición
alguna para que seas pagado. No se entiende que ames sin condiciones y
entregues tu vida en servicio para bien por amor.
No se entiende
nada. Incluso los mismos enviados no lo entienden sino por la Gracia del
Espíritu Santo. Porque, nunca seremos enviados por nosotros mismos sino por y
en el Señor Jesús. Es en su Nombre, por el que actuamos y somos capaces de
entender, como nuestra labor alcanza los frutos y es fecunda.
Quien ama
gratuitamente llama la atención porque el amor gratis y regalados solo puede
venir de Dios. Vivimos, somos y estamos salvados por la Infinita Misericordia
de nuestro Padre Dios. Por tanto, quien ama sin condiciones está contagiando y
manifestando la imagen de Dios: Amor misericordioso y gratuito. Por eso, todos
estamos invitados a contagiar la fe en nuestro Padre Dios. Y lo hacemos cuando
realmente amamos como Él nos ama.
Si bien, cada cual
está llamado a su misión, todos debemos manifestar y dar a conocer ese Dios que
llevamos en el corazón. Y lo hacemos en la medida que dejamos que nuestro
corazón libere todo ese amor sembrado dentro de él y nos dejemos conducir por
el Espíritu Santo, recibido en la hora de nuestro bautismo. En Él encontraremos
los caminos por y para hacer la Voluntad del Señor.