viernes, 5 de diciembre de 2025

NECESIDAD DE PROCLAMAR

Mt 9, 27-31

    Se había acostumbrado a verlo todo en tonos apagados. El mundo, para él, era marrón. No distinguía bien los colores y hasta los días luminosos parecían envueltos en una ligera penumbra. Pensaba que aquello era normal, quizá cosa de la edad. Hacía nueve años que no se revisaba la vista.

    Un día decidió graduársela y hacerse unas gafas nuevas.

    —He notado —dijo Eustaquio— que me cuesta mantener la vista cuando leo. Me parece que ya no enfoco bien. Creo que debo ir al oculista.
    —Puede ser vista cansada —respondió Manuel— o quizá cataratas. Mejor que te vea un especialista.
    —Haré ambas cosas. Primero me graduaré la vista y luego iré al médico para descartar cataratas.

     Y así fue. Pocos días después recibió sus gafas de último modelo.

    —Estoy sorprendido —decía maravillado—. ¿Cómo he podido vivir tanto tiempo así? Es como si hubiera recuperado la vista. Todo me parece más nítido, más luminoso… ¡más vivo!
    —Sucede —comentó Manuel— que a veces estamos ciegos sin darnos cuenta. Podemos ver, sí… pero si no es lo esencial, da lo mismo ver que no ver. Y así andan muchos por el mundo.
    —Lo comprendo —asintió Eustaquio—. No solo se trata de ver, sino de apreciar lo que ves. Y cuando lo haces, nace el deseo de contarlo, de compartirlo. Ver y vivir la verdad… esos son los verdaderos ojos.
    —Exactamente. Como les ocurrió a aquellos dos ciegos que se acercaron a Jesús pidiéndole compasión (Mt 9, 27-31). Cuando llegaron a la casa, Jesús les preguntó: “¿Creen que puedo hacerlo?”. Y ellos respondieron: “Sí, Señor”.

      Manuel hizo una pausa y, con una sonrisa serena, continuó:

     —Entonces Jesús les tocó los ojos diciendo: “Que les suceda conforme a su fe”. Y se les abrieron los ojos. Luego les ordenó que no lo dijeran a nadie… pero ellos, llenos de alegría, hablaron de Él por toda la comarca.

     Cuando nuestros ojos se abren a la Luz que irradia del Amor y la Misericordia de nuestro Padre Dios, el mundo entero cambia. Todo se vuelve más soportable, más verdadero, más lleno de esperanza. Porque quien sabe que está en buenas manos, ve de otra manera.