| Lc 18, 1-8 |
Era una buena persona, pero estaba harto de tanta
machaconería de aquel inquilino que le rogaba que le rebajara el alquiler. Su
situación financiera había sufrido ciertos altibajos y ahora pasaba por un mal
momento.
—No puedo rebajarle —insistió Rodolfo, el
propietario de la casa.
—Al menos por cierto tiempo… llevo una temporada en
precario —le rogaba Severino, el inquilino al que el propietario denominaba latoso
y el insistente.
Era un edificio de siete plantas y en cada planta
había dos pisos. Don Rodolfo, el propietario, vivía en el primero. La
insistencia era casi a diario, pues obligatoriamente se veían todos los días.
—Buenos días, Santiago —saludó don Rodolfo—. Ponme
ese buen café de todos los días.
—Buenos días, a sus órdenes —respondió Santiago.
—¿Cómo anda la tertulia? Hace algún tiempo que no
vengo por estos lares.
—Siempre viva, don Rodolfo —respondió Santiago—. Los
tertulianos no faltan, y de una u otra manera siempre hay temas de qué hablar.
En ese momento, levantando la cabeza, Santiago
divisó a Manuel, Pedro y otros que llegaban.
—Mire, casualmente ahí llegan unos cuantos —dijo,
señalando hacia ellos.
—¡Buenos días, don Rodolfo! —saludaron al unísono
los recién llegados.
—¡Qué le ha traído por aquí! —exclamó Manuel con una gran sonrisa—. ¡Hacía
tiempo que no le veíamos!
—Buenos días a todos. Se palpa que la tertulia sigue
en pie; ya me lo comentaba Santiago.
—Sí, aquí seguimos —intervino Pedro—. Es nuestra
fuente de energía y el lugar donde compartimos nuestras inquietudes.
—Ya lo veo, y lo sé. Precisamente en estos últimos
tiempos la he extrañado. Sobre todo por la majadería de un inquilino que me
importuna a cada momento.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Pedro, con preocupación.
—Nada grave, pero sí molesto. Un inquilino que se
empeña en que le dé una tregua o le rebaje el alquiler. Según él, pasa por una
crisis y me pide tiempo.
—Siempre hay problemas —comentó uno de los
tertulianos, poniendo cara de resignación.
—Sí, pero este es insistente. Lo veo todos los días,
y cuando no me inoportuna, me mira con unos ojos que parecen hablar.
La tertulia se compadecía del malestar de don Rodolfo.
Algunos se miraron, comprendiendo lo latoso que debía ser eso.
Fue entonces cuando Manuel, dándose cuenta de la
situación, tomó la palabra y dijo:
—A veces la insistencia es necesaria. Jesús nos la
sugiere para pedir. Nos lo aclara en una parábola (Lc 18, 1-8) que todos
entenderemos muy bien:
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni
le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a
decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario…”».
—Pero… no me parece justo que… —se apresuró a
responder don Rodolfo.
—Posiblemente sea así, pero, por la inoportunidad e
insistencia, el juez decidió hacerle justicia. Comprenderás que el inquilino no
tenía otra alternativa, y eso le sostenía sin desfallecer.
“Pide y se te dará.” Esa es su esperanza.
Mirando a don Rodolfo y a todos los tertulianos,
Manuel concluyó:
Jesús termina diciendo:
«Fíjense en lo que dice el juez injusto.
Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
claman ante Él día y noche?, ¿o les dará largas?
Les digo que les hará justicia sin tardar.
Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».