A veces no
apreciamos todo lo que tenemos ni todo lo que hemos recibido gratuitamente. Así
reflexionaba Dolores cuando tomaba conciencia de cuánto la vida le había
regalado. Se sabía adornada por las virtudes de la humildad, la sencillez y la
obediencia.
Al verse
así, no se enorgullecía, sino que daba gracias, sabiéndose agraciada por tantos
dones recibidos del Señor. Fue entonces cuando, por primera vez, escuchó aquel
hermoso canto del Magníficat salido de la boca de María, proclamado en
las lecturas de la misa vespertina de un lunes de diciembre.
Su corazón
se enterneció y, con el rostro transfigurado, levantó los ojos al cielo, dando
gracias por las maravillas que percibía haber recibido también ella del Señor.
Al escuchar el canto de María, experimentaba que, humildemente, se sentía
igualmente agradecida y agraciada por todo lo recibido.
Entonces,
impulsada interiormente, se atrevió a decir:
Ella,
sabiéndose regalada por Ti, mi Señor, e incorporada a tu plan de salvación, estalla
en ese hermoso canto del Magníficat cuando visita a su prima Isabel.
Te pido, Dios mío, que también nosotros sepamos, como ella, ser agradecidos y responder a tus planes en nosotros, para que se cumplan según tu Voluntad.