viernes, 9 de agosto de 2024

CON LOS OJOS ABIERTOS

En este mundo nada permanece. Todo es susceptible de cambio y, lo que hoy es, mañana no es. ¿A qué nos compromete y exige eso? Es evidente, a estar con los ojos bien abiertos, porque lo que ahora es, en unos instante puede dejar de ser. La prudencia es necesaria para, en la medida que podamos, prever lo que pueda obstaculizar nuestra acción o nuestra vida.

El Evangelio de hoy nos habla de necias y prudentes. Necias, que ignoran, o se despreocupan, de los posibles obstáculos o dificultades que se les pueden presentar en cualquier momento; y prudentes que se aprovisionan de lo que creen necesario y que pueden necesitar. Mas tarde y en el momento oportuno el tiempo dará la razón a las prudentes.

En el camino de nuestra vida se hace necesario estar en actitud de vigilancia y preparados. Nuestra vida, de la misma manera que inició su andadura tras recibir el soplo del Espíritu, también se apaga sin previo aviso. Y aunque se apague lentamente, recuperar el tiempo perdido se nos hace imposible. No basta con ir a buscar el aceite que no hemos tenido a bien preparar porque el tiempo se nos acaba y llegamos tarde.

De la misma forma, la vida que hemos derrochado y mal empleado, se nos apaga sin darnos tiempo a alumbrarla. Y cada instante de ella nos está invitando a mantener los ojos abiertos, expectantes, esperanzados en descubrir la novedad, a amar con misericordia, al gozo de dar, mejor que recibir y a abrir nuestro corazón y mente a la escucha y la Palabra de Dios.

Eso nos exigirá mantener nuestras alcuzas llenas de aceite. Aceite del Bueno, del que brota de los Sacramentos, de la oración, del diálogo permanente con el Espíritu de Dios Padre, y a sostener nuestras cruces cargadas sobre los hombros confiados y esperanzados en que Dios nos espera para que, aliviados, felices y gozosos vivamos en su Reino eternamente.