Desde la razón humana
esto es una utopía. ¿Cómo vamos a amar a nuestros enemigos y a rezar por lo que
nos persigue? ¿Es eso posible?, nos preguntamos. Sin embargo esa es la novedad
del mensaje de Jesús, nuestro Señor: «Amad a vuestros enemigos y rogad por los
que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». Y, si el
Señor nos lo propone es que se puede, pues para Él nada hay imposible.
No podemos olvidar
que hablamos en su nombre y vivimos en Él. Por tanto, nuestro corazón,
endurecido por el pecado, en sus Manos, se transforma, se suaviza, se hace
humilde, comprensivo, paciente y capaz de amar. Incluso a los enemigos. En Él
somos mayoría aplastante y podemos con todo. Y lo estamos viendo en estos
tiempos, como ha sucedido en tiempos pasados.
Hoy, la Iglesia es perseguida, pues los cristianos respondemos rezando por nuestros enemigos y confiados en las Palabras de nuestro Padre Dios pronunciadas por su Hijo, nuestro Señor Jesús. Es verdad que nos duele, es verdad que se hace dura y pesada esa cruz que cargamos, pero también es verdad que el Señor está con nosotros y nuestra esperanza y gozo nos fortalece porque creemos en Él, que ya pasó por esto y venció. También nosotros, en Él, venceremos.