martes, 28 de marzo de 2017

SIEMPRE PENDIENTES DEL SÁBADO

(Jn 5,1-3.5-16)

Ponemos nuestro acento en la ley y permanecemos pendiente de su cumplimiento. Incluso, vigilamos por si algunos no la cumplen. Por el contrario no nos importa los sufrimientos de los que necesitan, incluso siendo sábado, aliviarse y ser curado. Los horarios matan el espíritu de la ley, porque más allá de la norma está la persona y sus problemas. Y la ley está puesta en orden para provecho y bien de las personas. Luego, se cae por su propio peso el prohibir curar cuando el hombre necesita cura.

Hoy no se comprende cómo, ayer, esa ley, mandaba sobre y antes que el bien del hombre. Sin embargo, hoy, también hay muchas leyes que les privan a los hombres de poder cumplir con sus deberes religiosos y sus necesidades espirituales y morales. Quizás no ocurre de forma directa, pero si, indirectamente, se mata el espíritu por el consumo y el bienestar. Todo prima antes que santificar el nombre de Dios.

Y, al contrario, que, antes, se impedía no hacer nada, hoy, se va tan de prisa que no hay tiempo para pensar, reflexionar y meditar sobre nuestra vida; sobre lo qué hacemos y a dónde vamos. Las cosas han cambiado, pero la sustancia sigue siendo la misma. Seguimos pendientes del sábado, pero ahora, de un sábado, llamado fin de semana, donde el tiempo se emplea para descansar y sastisfacerse alejado de Dios, porque nos alejamos también de los hermanos. 

Es algo así como si arrinconáramos a Dios hasta el lunes. Es como si le dijéramos a Dios hasta luego, hasta el lunes. Es como si el fin de semana fuera para nosotros y no compartirlo con nadie ajeno a nosotros. Sin embargo, Jesús acude a nosotros y se mete entre nosotros. Porque, también el sábado hay gente que le necesita y que padecen y sufren. Y le reprochan que haga estas cosas, justificándose que es sábado. Quizás detrás de todo eso hay un rechazo a sus buenas obras y a tener que aceptar su divinidad.

Porque cuando suceden esas cosas ponemos trabas y buscamos justificarnos. Todo menos aceptar que delante de ellos estaba el Hijo de Dios hecho Hombre. Y, como al ciego, también se le presenta y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor».