Mt 6, 19-23 |
«La experiencia nos dice que eso de ahorrar tiene sus más y sus menos,
pensaba Pedro. Viendo llegar a Manuel, camino de la tertulia, aprovechó la
ocasión para preguntarle.
—Buenos
días, ¿me interesaría saber qué opinas del ahorro?
—¡Hombre”,
según mi opinión dependerá de como lo enfoques. —Me explico: si ahorras desde
el punto de vista de la eficacia, de invertir bien, de no despilfarrar y otros,
me parece razonable. Pero, si se trata de busca seguridad y apoyar tu vida en
los bienes, dinero y riqueza, creo que es un gran error.
—¿Y
en qué te basas?, —Dijo Pedro algo asombrado.
—Mira,
todo en este mundo termina, bien o mal. Todo pasa a otro y, tarde o temprano se
consume, se destruye. Y, no sólo me estoy refiriendo al dinero y bienes, sino también
a la fama, éxito, prestigio personal, poder … etc. Poner nuestra esperanza y
felicidad en estas cosas nos encorva, nos dobla y nos consume. Al final es una
carga muy pesada que termina por destruirnos, y hasta nos ciega y nos impide
crecer, madurar y ver la realidad.
—¿Y
cuál es la realidad, —preguntó Pedro bastante extrañado.
—La
realidad es que sólo el amor y la misericordia – verdaderos tesoros – son los
que nos llenan de esperanza, de gozo y de vida. Esos son los tesoros que
merecen la pena tener en cuenta y ahorrarlos en el sentido de tener muchos
actos de ese estilo. ¿Entiendes?
—A
ver si lo que dices se refiere a esto: hablas de amar, es decir de
desprendimiento de uno mismo para preocuparse y mirar para otros. De actos de
misericordia, de servicio, de darse, de …
—Evidentemente,
desprenderse enriquece. No hay mayor riqueza. Y esa riqueza nunca se destruye,
es riqueza de vida eterna.
Ambos
amigos habían dado en el clavo, no se trata de atesorar tesoros en la tierra, donde
la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban.
Háganse tesoros en el cielo, donde no hay polilla no carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban.