Es evidente que
tenemos mala memoria. O que las cosas buenas se nos olvidan pronto. Sabemos lo
que han hechos nuestros padres por nosotros, pero muy pronto nos olvidamos de nuestros
deberes pero no tanto de nuestros derechos. No nos damos cuenta de que le
exigimos mucho a nuestros padres cuando no tenemos derechos de exigirle nada.
Nuestra memoria es muy frágil.
Lo mismo, aunque la diferencia es infinita, nos pasa con respecto a Dios. No somos capaces de recordar y mantener en vivo y presente las maravillas que Dios, nuestro Padre, ha hecho con nosotros. Es verdad que en algunos momentos nos pasan cosas que no entendemos y que nos parece descuidos de nuestro Padre, pero no debemos olvidar nunca lo que nos tiene preparado, para los que creen en Él, después de esta travesía mundana.
La Cuaresma es un
tiempo largo de reflexión que la Iglesia nos regala para que tengamos toda esta
acción de nuestro Padre Dios presente en nuestra vida. Un tiempo de sosiego, de
alejamiento de toda distracción que nos pueda apartar de esa toma de conciencia
que nos pone en presencia de nuestro Padre y recordamos que nuestra vida ha
estado, está y estará siempre en sus manos.
Dios nos salva y nos ha enviado a su Hijo para que escuchándole, creyendo en Él y siguiéndole encontremos el camino de salvación que nos regala para vivir plenamente en gozo y felicidad junto a Él. Y la Cuaresma es verdaderamente tiempo para darnos cuenta de eso. ¡aprovechémoslo!
Dios nos salva y nos ha enviado a su Hijo para que escuchándole, creyendo en Él y siguiéndole encontremos el camino de salvación que nos regala para vivir plenamente en gozo y felicidad junto a Él. Y la Cuaresma es verdaderamente tiempo para darnos cuenta de eso. ¡aprovechémoslo!