Las primeras palabras
de Jesús, tal como narra Marco en su Evangelio, al anuncia la Buena Nueva, una
vez encarcelado Juan el Bautista, fueron: «El tiempo se ha cumplido y el Reino
de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Se produce el
intercambio esperado y prometido. Juan ya ha terminado su misión, ha preparado
el camino y, encarcelado por Herodes, da paso ya a Jesús, el Mesías anunciado y
prometido.
De esta manera
empieza Jesús ha proclamar la Buena Noticia de salvación. Una noticia que es
gratuita, sin exigencias ni condiciones. La tomas o la dejas desde tu propia
libertad y elección. Pero una Noticia que, experimentada, enciende en tu
corazón el gozo y la llama de la felicidad. Una Noticia que es buena, que llena
de alegría y gozo porque habla de lo que anida en todo corazón humano: amor y
misericordia. No en vano es la semejanza que tenemos con nuestro Creador.
La esperanza del
hombre es vivir en convivencia de concordia, de paz, de verdad, de amor y misericordia.
Esa es la esperanza que anhela el mundo y que se ve interrumpida por el pecado.
Jesús viene a poner paz, amor y misericordia y sus Palabras llegan al corazón
del hombre que se abre al bien, al amor y a la misericordia que anuncia Jesús
de su Padre del Cielo: Dios nos ama misericordiosamente y busca nuestra
conversión y arrepentimiento para rescatarnos y devolvernos nuestra dignidad de
hijos suyo.
El amor y la misericordia de nuestro Padre Dios lo vemos reflejados en los padres y madres de este mundo: ¿Acaso no son amorosos y misericordiosos con sus hijos? ¿Y ese amor y misericordia que manifiestan no son reflejos y semejanza del Amor y Misericordia de nuestro Padre Dios? Pue bien, ese Amor y Misericordia son las que anuncia Jesús, el Hijo de Dios, al proclamar la Buena Noticia.