A veces nos
extrañamos cuando observamos y experimentamos que las personas no se acercan a
nosotros con confianza. Es más, tratan de esquivarnos y les repele acercarse o
solicitarnos cualquier favor o ayuda. Lo lógico y de sentido común es
preguntarnos por qué suceden esas situaciones o actitudes, porque en algún
lugar estará escondido el origen de esas actitudes.
Quizás no nos
damos cuenta pero nuestra manera de actuar deja un comportamiento suficiente y
posesivo. Pensamos que los derechos son todos nuestros y que se nos debe
respeto, admiración y obediencia. Nos sentimos los acreedores de todos y les
pedimos sumisión a todas nuestras apetencias y caprichos. Es más, estamos
convencidos que se nos debe y que, por supuesto, tenemos razón.
Nos sentimos acreedores
de todo y reclamamos nuestros favores y derechos que vemos solo en y para
nosotros olvidando los de los demás. Estamos en las antípodas, nos olvidamos de
los demás y solo pensamos en nosotros. Sin embargo, cuando nos sentimos
deudores de todo lo que somos y tenemos, nuestra actitud y disposición es
totalmente contraria. Nos llenamos de humildad y damos gracias por todo lo que
somos y tenemos.
Es entonces cuando nuestra disponibilidad al
perdón se hace presente y se manifiesta de manera suave, aceptada y
misericordiosa. Perdonamos cuando descubrimos que antes hemos sido perdonados y
agraciados con tanto amor y misericordia que, de saberlo, nos daría vergüenza
no perdonar. ¿Cómo me voy a presentar delante de mi Padre clamando perdón y
misericordia si antes no he perdonado yo a mis hermanos?