domingo, 24 de octubre de 2021

VER, VER CON LOS OJOS DEL ALMA, ESA ES LA CUESTION

 

Los ojos son para ver y es una lástima no poder ver por alguna causa física o enfermedad. La vista es algo hermoso con la que podemos disfrutar de la luz, los colores y los hermosos paisajes, parajes y maravillas de este mundo. Debemos darles gracias a Dios por esta hermosa y maravillosa posibilidad de ver todo lo que el mundo nos ofrece. 

Sin embargo, podemos preguntarnos, ¿es eso lo más importante? Y para ello se hace necesario reflexionar, pensar y discernir que, detrás de ese don de la vista, hay otra realidad más profunda que no podemos ver solo con nuestros ojos de la cara, sino que hay que mirarla con los ojos de nuestra alma. 

Porque, además de corporalidad somos espíritu. Y las cosas del espíritu hay que mirarlas con los ojos más profundos que viven en nuestro corazón. Un corazón que necesita al Espíritu Santo para que - en y por Él - podamos mirar, ver y conocer el Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios.

Posiblemente, fue esa la petición de Bartimeo: ─¡Señor, que vea!─ Ver - con los ojos de la fe - lo que verdaderamente importa. Y lo que verdaderamente importa es ver, conocer y escuchar al Señor, su Palabra y, en consecuencia seguirle. Seguirle en el esfuerzo de cada día por hacer vida su Palabra en nuestra vida. 

Se trata, pues, de ver más allá de las cosas que nos ofrece este mundo y no quedarnos menos anclarnos en la finitud de este mundo. Se trata de ver el Amor Misericordioso que nos ofrece Jesús - enviado del Padre - y no solo verlo sino seguirle e imitarle. Y, para eso, hoy tenemos muchas oportunidades de no quedarnos anclado a la orilla del camino. Podemos, incluso, tomarlo como nuestro alimento espiritual en cada Eucaristía que celebremos. Lo encontramos también permanentemente en el Sagrario y en cada persona, sobre todos los pobres, inocentes y marginados, que están a nuestro lado. Es cuestión de ver.