Posiblemente el
hecho de estar cerca de Jesús, conocerlo y escuchar su Palabra sea una gran
desgracia para nosotros si no le abrimos la puerta y hacemos oídos sordos a su Palabra. Será una gran
tragedia que cuanto más le conocemos más indiferentes seamos a dar respuesta a
su Palabra. No nos basta con escuchar, incluso estar de acuerdo pero quedarnos
tibios y a medio camino, entre Pinto y Valdemoro. Esa será la mayor desgracia que
podamos tener.
Necesitamos
esforzarnos, abrirnos a su Palabra y al reto diario de imitarle. Claro, nunca
desde nuestras simples fuerza humanas sino desde la acción del Espíritu y la
disponibilidad de estar injertado en todo momento en Él. Porque, ¿cuántos
signos, consejos, enseñanza, milagros, catequesis y oportunidades de
profundizar y responder de forma comprometida y seria a nuestro compromiso bautismal
hemos desaprovechado y mostrado indiferentes sin ningún atisbo de respuesta?
No basta ni
significa que, a pesar de ser bautizados y tengamos todas esas oportunidades y
privilegios, sea ya suficiente para «escalar el cielo». Siempre
que no haya un encuentro que derive en una auténtica conversión. Posiblemente,
no miremos con ojos de compasión a Tiro, Sidón y Cafarnaúm sino preguntémonos si
realmente no estamos nosotros en la misma situación que estuvieron ellas.
¿Acaso nosotros, que hemos oídos hablar tanto de Jesús, que sabemos de sus milagros y Palabra, y que vamos con frecuencia a la celebración de la Eucaristía, somos mejores que aquellos ciudadanos que vivieron en Tiro, Sidón y Cafarnaúm? ¿Somos capaces de respondernos? Es ahí donde debemos ahondar y reflexionar. No nos basta simplemente con conecerle y escucharle sino que necesitamos dar cumplimiento y vida a esa escucha.