Jesús no viene a abolir
nada. Todo lo contrario, viene a perfeccionar la Ley y a dar cumplimiento a los
Profetas. Viene a poner encima de la mesa la Verdad y a purificar todas las
normas y preceptos superficiales y aparente que no dan la verdadera medida de
la Voluntad de Dios: su Misericordia Infinita.
Todo está contenido
en el Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios. Él quiere misericordia no
sacrificio. Un corazón misericordioso esta apoyado en el amor y es,
precisamente, el amor el que pone la paz y la justicia en la convivencia
fraternal de los pueblos. Por tanto, Jesús no quita nada sino pone lo que
verdaderamente hay que poner, amar en verdad y justicia; amar como nos ama
nuestro Padre Dios.
Todo lo que sean
normas, preceptos y leyes que no conduzcan al bien del hombre está fuera del
amor. Serán costumbres, incluso tradiciones pero que no influyen ni benefician
al bien del hombre. Por ejemplo, la ley del sábado, ¿para qué sirve? ¿Acaso
beneficia y tiene sentido para el bien del hombre? ¿No nos aclara el Señor que
no quiere sacrificios sino misericordia?
El sacrificio, la renuncia, la penitencia y todo los que quieras añadir tiene sentido cuando se hace por amor; cuando se busca aliviar y salvar al hombre; cuando busca para los otros lo mismo que buscas para ti. Lo entendemos y percibimos en el amor de los padres respecto a sus hijos. Y Dios, nuestro Padre, envía a su Hijo para anunciarnos eso, su Infinito Amor Misericordioso. Por tanto, está fuera de lugar que venga a abolir la Ley y los Profetas. Todo lo contrario, ha venido a dar plenitud para que podamos vivir con sentido y profundidad el plan que Dios, nuestro Padre ha pensado para cada uno de nosotros: Amarnos como Él nos ama.