domingo, 5 de enero de 2020

EN LO ALTO Y EN LO BAJO

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Jn 1,1-18
Dios está por encima de todo y su grandeza es inalcanzable hasta tal punto que no podemos comprenderla. Dios sobrepasa toda imaginación y su misterio es incomprensible. Pero, tanto por encima como por debajo, porque, como no dice hoy en el Evangelio San Juan, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Dios, la Palabra se encarnó en naturaleza humana hasta hacerse hombre como tú y como yo. Hombre igual a nosotros menos en el pecado.

Y esa pequeñez es incomprensible también. ¿Cómo Alguien tan grande se puede hacer tan pequeño, hasta el punto de ser ridiculizado, abofeteado, maltratado, empequeñecido, rechazado, castigado y sacrificado en una muerte de cruz? ¿Es posible que su grandeza pueda padecer empequeñeciéndose tanto a merced de sus criaturas? Ese abajamiento y pequeñez es tan grande misterio que no lo podemos entender. Tanto y en cuanto a su grandeza como a su abajamiento.

La conclusión es que Dios nos ha amado tanto que no se puede dudar. La pruebas de su Amor son tan grandes, tan claras y a la vista de todos que entregó su Vida a una muerte de cruz para demostrárnoslo. Él, que estaba junto a Dios y era Dios se empequeñeció tanto que nos es imposible comprenderlo. Él, que todo  lo que existía lo había hecho, tomó cuerpo humano como el mío y, menos en el pecado, pasó por todo lo que un hombre puede pasar hasta sufrir la ignominia del pecado de los demás.

Por eso, cargó con tu pecado y con el mío, y con el de todos los hombres. Por eso, voluntariamente, encarnado en naturaleza humana, vino a dar testimonio del Amor del Padre, y a ofrecernos con su humillación, rebajándose a nuestra misma condición, sin dejar de ser Dios, a liberarnos con su muerte de la esclavitud del pecado y a devolvernos por su mérito, la dignidad perdida de ser hijos de Dios.