Mt 17,10-13 |
La espera desespera. Es decir, con frecuencia la espera se nos hace larga. En ese sentido, la puntualidad es importante, porque hace que la espera sea lo necesario y no desespere. Si tu sabes la hora, esperas lo suficiente para estar en esa hora, y no malgasta más tiempo que el necesario o el que necesitas.
Sin embargo, hay esperas que invitan a la duda y a la desconfianza. Quizás nos pasamos toda nuestra vida en esa espera que no llega o que no vemos que haya llegado. La esperanza - hermosa virtud - nos mantiene expectantes y vigilantes y en actitud de que siempre hay esperanza mientras haya vida. Pero, es grave y muy peligroso que esa espera sea vana y que se acabe nuestro tiempo y no veamos ni encontremos a qué o quién verdaderamente esperamos.
El Evangelio de hoy nos presenta esa cuestión de la espera. Sería bueno preguntarnos, ¿qué esperas o a quién esperas? ¿Puede ser Elías, Juan, Jesús...? En el Evangelio de hoy, Jesús responde a lo que le preguntan sus discípulos: « ¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
Ahora, lo que nos interesa a nosotros es encontrar nuestra respuesta y descubrir nuestra búsqueda. Porque, quizás estamos esperando a quien ha venido ya y, por lo tanto, nuestra espera es vana. Quizás nuestros ojos han permanecido cerrados o deslumbrados por las luces del mundo y cegados para poder ver.
Sería cuestión de abrir bien nuestros ojos y de estar más atentos a nuestro derredor, porque Jesús, ya lo anunció Juan, está entre nosotros y, posiblemente, no lo hemos visto ni tampoco le hemos hecho caso a Juan el bautista. Abramos, pues, bien los ojos.