lunes, 13 de febrero de 2017

¡ES QUÉ JESÚS NO TE DICE NADA?

(Mc 8,11-13)
Pedimos pruebas y pruebas. Queremos que nos saquen de duda y que nos confirme su Divinidad. Pero, ¿dónde se esconde el secreto de esta insistencia? ¿Quizás buscamos confirmar un Mesías que coincida con nuestra ideas? Nos ocurre en los grupos y dentro de la Iglesia. Queremos un Mesías que dé respuestas a nuestras preguntas e inquietudes, y no nos sirve que venga uno que no lo podamos nosotros controlar o entender. Nuestros criterios nos pierden.

Queremos un Dios que actúe como a nosotros nos gusta y nos agravia que se nos presente de otra forma. Posiblemente, ahí se esconde esas insistentes pruebas que les demuestren que están equivocados. No ven lo que tienen delante, ni se esfuerzan en discernir qué hace y cómo actúa Jesús. Queremos que se amolde a nuestra manera de ver el mundo y caemos en una y otra contradicción.

Pues, si viene a salvarnos, ¿quienes somos nosotros para proponerle la forma de salvarnos? Posiblemente eso fue lo que apartó a Judas del Señor. Y a muchos otros en este mismo momento. Queremos respuestas y soluciones a nuestros problemas, y las queremos según nosotros lo pensamos. Y, sin discernir ni pensar nos atrevemos a rezar el Padre nuestro.

¿Es qué no le pedimos que se haga su Voluntad? Pero, ¿es qué eso lo decimos de broma o no sabemos lo que decimos? Se lo pedimos y luego queremos hacer la nuestra, ¿en qué quedamos? Quedamos al descubierto de nuestros propios problemas. Y Jesús no nos responde con ningún otro signo, pues tenemos delante al único y verdadero signo de nuestra salvación, el propio Jesús. 

Él es el Mesías que ha de redimirnos y, entregando su Vida, va a pagar por todos nuestros pecados. En Él somos salvados y rescatados del poder de la muerte.