Experimentamos, al
menos a mi me ocurre, que la lucha con el demonio es constante y despiadada.
Las tentaciones están al orden del día y aprovecha cualquier error, debilidad o
confusión para lanzar sus seductoras propuestas y engañarnos. Mundo, demonio y
carne son los peligraos más graves de nuestra alma. El demonio domina ese campo
y actúa a su anchas y con mucha ventaja.
Experimentamos la necesidad de estar siempre cerca del Señor. La frecuencia de la Eucaristía y la fortaleza de la Gracia en la reconciliación son armas muy importantes para la lucha contra el demonio que nos asedia y quiere separarnos del Señor. No nos confiemos y, a pesar de nuestras caídas y flaquezas, tengamos siempre nuestra lámpara encendida y dispuesta para acudir a la llamada del Señor.