En repetidas ocasiones
he pensado y compartido mi pensamiento respecto al cuidado del cuerpo. Observo
que mucha gente, sobre todos los que están en edad todavía joven, dedican un
buen tiempo de su vida a cuidar su cuerpo. Los gimnasios están llenos y siempre
que paso por delante de ellos me pregunto: «Está bien cuidar
el cuerpo pero, ¿y el alma? Porque, el cuerpo lo tendremos durante esta vida,
pero el alma será eterna. Y si perdemos – por no cuidarla – el alma, perderemos
todo, cuerpo y alma.
De forma paralela
podemos comparar nuestro cuerpo con el templo. No es lo que fundamentalmente
tenemos que cuidar, aunque sí necesita cuidados, sino que lo verdaderamente
importante es nuestra alma. Y cuidar de ella equivale a cuidar de los derechos
de todo ser humano para que pueda vivir con dignidad, justicia y paz.
Eso son los
templos a los que debemos prestar verdadera atención, el ser humano, dejando en
un segundo plano todo lo demás que solo sirven y son medios para vivir, no para
dar el verdadero culto y adoración a nuestro Padre Dios. No podemos dividir
nuestros templos en mercantilismo y lugar de culto. Es decir, encender una vela
al dinero y riqueza y otra a Dios. Frecuentarlo con la buena intención de
cumplir, y luego dedicar el resto de nuestro tiempo a otras cosas relacionadas
con nuestros intereses mercantiles y materiales.
Primero, siempre primero el Reino de Dios y luego las añadiduras temporales de este mundo que necesitamos para vivir dignamente y compartir con los que no tienen lo necesario. Dios, nuestro Padre, es Padre, valga la redundancia de todos y eso nos compromete a todos. Por tanto, debemos cuidarnos los uno a los otros. O lo que es lo mismo, amarnos tal y como nos manda el Señor.