lunes, 13 de marzo de 2023

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

La experiencia de Jesús al llegar a su pueblo – Nazaret – fue la de sentirse rechazado por sus paisanos, amigos y conocidos. Muchos habían crecido con Él y otros eran vecinos de sus padres. Conocían sus orígenes y les resultaba difícil entender de donde le venía a aquel niño con el que jugaron y vieron crecer esa sabiduría y autoridad con la que hablaba y exponía su Buena Noticia. De ahí su expresión:  «Ningún Profeta es aceptado en su pueblo»

No podían asumir que ese paisano suyo fuese ahora el Hijo de Dios, el Profeta esperado por Israel. Y podemos comprender que realmente se hace difícil entenderlo. Si hacemos el esfuerzo de ponernos en su lugar podemos experimentar esa dificultad. A pesar de la ventaja que tenemos, de los testimonios que se nos han dado y de la formación y catequesis que la Iglesia nos ha dado, ¿creemos nosotros ahora? ¿Nos resulta fácil creerle?

Desde esta perspectiva y actitud podemos llegar a comprender el valor y la fe de esa viuda de Sarepta y ese sirio de Naamán que arriesgaron obedeciendo hacer lo que se les mandaba. ¿Lo hacemos nosotros? Como podemos deducir hay mucha tela que cortar en este pasaje evangélico y mucho que reflexionar sobre nuestras actitudes ante la Palabra de Dios. Este tiempo cuaresmal nos puede ayudar mucho a empeñarnos en mirarnos interiormente y ver nuestras actitudes respecto al Señor. Porque, nuestra conversión dependerá de la intensidad de esa mirada con la que escrutemos nuestro corazón.

Es evidente que tras la prueba, la confianza depositada y la esperanza que nos impulse a obedecer nace, por la Gracia de Dios, la fe. De una forma u otra Dios nos revela su amor y misericordia cuando encuentra un corazón disponible y abierto a recibir su Palabra. Así sucedió con aquella viuda de Sarepta y el sirio Naamán. Tratemos también nosotros de situarnos en esas actitudes y abrir nuestros corazones para que la fe entre, nos invada y nos llene plenamente.