No se trata de que
te aborrezcas ni que odies este mundo. Dios lo ha creado para ti y para que
tengas la oportunidad de, por su Gracia y Misericordia Infinita, optar a la
Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad.
Por tanto, la cuestión
es otra: No entregarte a los placeres y seducciones de este mundo. Y ello
comporta renuncias y luchas. Renuncias, porque morir para ti y vivir para servir
a los demás significa en término evangélico vivir para la eternidad y en
plenitud de gozo y felicidad junto a la Gloria del Padre.
Eso lo explica
Jesús en el Evangelio de hoy con el grano de trigo: (Jn 12,24-26): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto. El que ama su vida, la pierde; y el …
Morir en esta vida
significa vivir para siempre en la otra y verdadera. Morir en sentido estricto
del servicio a los demás. Es decir, olvidarte de ti para mirar por el bien de
los demás. Y es que si tenemos oportunidad de salvarnos es por el Infinito Amor
Misericordioso que nuestro Padre Dios nos tiene y nos regala sin merecimiento
ninguno por nuestra parte.
Se trata de no afanarnos por buscarnos a nosotros mismos ni ponernos en primer lugar. Se trata de buscar el bien poniendo al otro, sobre todo al más débil y necesitado, en primer lugar. Un bien que no significa caprichos, cosas superfluas o simplemente darse la vida, sino buscar el bien, la verdad, la belleza y la bondad sin engaños ni mentiras, buscando la justicia y tratando merecer lo que recibimos. Se trata de discernir donde está el bien, la verdad, la bondad y lo bello para ofrecerlo a quien verdaderamente lo quiera acoger y aceptar.