sábado, 10 de diciembre de 2022

UN NIÑO DIOS POBRE Y NECESITADO

Mateo 17, 10-15

¿Podemos imaginarnos un Dios débil, niño e indefenso? ¿Un Dios al que podríamos destruir con tanta facilidad que hasta nos sorprendería que fuese Dios? Jesús se presentó así ante los hombres de este mundo. Asumió su naturaleza humana en la condición humilde de la pobreza. Una pobreza extrema de llegar a depender de todo, incluso del tiempo y las condiciones atmosféricas. No encontró ni techo digno para nacer.

Y en esas condiciones quiso revelarse. No sé si para exigir una fe más firme, más expuestas y arriesgada o más difícil de aceptar. Eso sí, una fe débil y pobre, una fe que solo se sustenta y apoya en la misma fe. Una fe que solo parece estar al alcance de los pobres, los marginados, los que no tienen ni techo y nada tienen que arriesgar. Por ejemplo, los pastores.

Nos preguntamos: ¿seremos nosotros capaces de ser pastores? Es decir, ¿estar limpio de toda atadura y esclavitud al ser pobres y libres con la mirada puesta en el cielo?; ¿estar dispuesto a poner en segundo término todas nuestras riquezas, incluso las intelectuales, para darlas sin regateos y sin condiciones, por amor, a los que las necesitan? Ese es el reto y el camino, que sin la asistencia del Espíritu Santo – para eso ha venido en la hora de nuestro bautizo – no podríamos alcanzar esa fuerza.

Quizás, o sin quizás, sea esa la razón por la que también nosotros debemos permanecer en ese corazón de niño, dócil y necesitado de un Padre Dios que dé verdadera respuesta a todas sus aspiraciones y deseos de felicidad eterna que, desde siempre, viven y palpitan dentro de su corazón.