Mateo 17, 10-15 |
Y en esas
condiciones quiso revelarse. No sé si para exigir una fe más firme, más
expuestas y arriesgada o más difícil de aceptar. Eso sí, una fe débil y pobre,
una fe que solo se sustenta y apoya en la misma fe. Una fe que solo parece estar
al alcance de los pobres, los marginados, los que no tienen ni techo y nada
tienen que arriesgar. Por ejemplo, los pastores.
Nos preguntamos:
¿seremos nosotros capaces de ser pastores? Es decir, ¿estar limpio de toda
atadura y esclavitud al ser pobres y libres con la mirada puesta en el cielo?; ¿estar
dispuesto a poner en segundo término todas nuestras riquezas, incluso las
intelectuales, para darlas sin regateos y sin condiciones, por amor, a los que
las necesitan? Ese es el reto y el camino, que sin la asistencia del Espíritu
Santo – para eso ha venido en la hora de nuestro bautizo – no podríamos alcanzar
esa fuerza.
Quizás, o sin quizás, sea esa la razón por la que también nosotros debemos permanecer en ese corazón de niño, dócil y necesitado de un Padre Dios que dé verdadera respuesta a todas sus aspiraciones y deseos de felicidad eterna que, desde siempre, viven y palpitan dentro de su corazón.
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