martes, 24 de septiembre de 2019

SANGRE Y VÍNCULOS

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Lc 8,19-21
Nos llama la atención oír como muchos cristianos, sobre todo los que están integrados en comunidades específicas, se llaman hermanos. Nos extraña y nos tienta la risa e incluso el ridículo. Nos suena a falsa e hipocresía por un lado, pero, por otro, quizás sea una reacción a que nos interpela en lo más profundo de nuestro ser y nos descubre nuestra incoherencia respecto a nuestra fe y a esa hermosa oración que rezamos todos los días, el Padrenuestro. Porque, si somos de los que rezamos el Padrenuestro, ¿no nos confesamos hijos de un mismo Padre y, por supuesto, hermanados por el vínculos de la fe? La clave es creerlo. Por lo tanto, las dudas o rechazos nos molestan cuando escuchamos con alegría confesarlo a otros. 

Jesús, al ser avisado de que su Madre y hermanos le buscaban, exclamó: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen». Todos sabemos que venimos a este mundo en familia y nacemos relacionados donde hemos nacidos. Nadie nos ha pedido permiso ni ha contado con nosotros, sino que nacemos en el lugar que nos ha tocado nacer. Ahora, en estos tiempos modernos, algo ha cambiado y, al parecer, se pretende cambiar la ley natural. Muchos son hijos del laboratorio y de los avances científicos que, sin ninguna autoridad manipulan la vida y amenazan con destruirla. 

Pero, dejamos este tema para otro momento y nos introducimos en los vínculos humanos que nos hermanan por la sangre, pero que no por ello establecen siempre una fraternidad desapegada de egoísmos y apoyada en la disponibilidad generosa. De hecho, percibimos muchas familias rotas y desestructuradas que incluso llegan a enfrentarse. Sin embargo, Jesús aprovecha ese momento para establecer verdadero vínculo espiritual desde la fe. Somos hermanos porque nos une la fe en un mismo Padre y, porque, su Amor, nos relaciona amorosamente hasta el punto que es ese amor mutuo el que nos salva.

Es decir, se trata de que si no llegamos a considerarnos hermanos en el mas sentido estricto de la palabra no hemos entendido ni comprendido nada del Mensaje del Señor.