sábado, 8 de noviembre de 2025

EL DINERO SOMETE A LA PERSONA

Lc 16, 9-15

  Servando estaba desconfiado. Desde hacía tiempo observaba que su amigo Felipe no era de fiar. Sospechaba que, por dinero, podía ser capaz de cualquier cosa, incluso de hacer alguna locura. Eso no le gustaba, pues apreciaba sinceramente a Felipe.

  Un día lo notó nervioso. No quiso decirle nada, pero comenzó a vigilarlo discretamente. Intuía que estaba tramando algo.

   Se detuvo fingiendo estar distraído y vio cómo Felipe se adueñaba de algo que no le pertenecía. No lo interrumpió. Solo pensó:
    «Lo sorprenderé más tarde».

   Pasaron varios días. Una mañana clara y apacible, Servando se encontró con Felipe. Sin pensarlo, como si una idea repentina lo empujara, lo invitó a caminar.
    —¿Te apetece un paseo? —preguntó—. El día está como pintado para mover un poco el esqueleto.
    —Sí, creo que vendrá bien hacer algo de ejercicio —respondió Felipe, intentando mostrarse natural.
 
    Caminaron largo rato. Ambos se sentían distendidos. El día invitaba a ello. Tras cruzar toda la avenida, y ya de regreso, decidieron sentarse a tomar un café.
    —Buenos días —los saludó Santiago—. ¿Qué desean los señores?
    —Dos cafés —respondió Servando.
    —Muy bien, enseguida.
 
   En ese momento, en la mesa de al lado, Pedro y Manuel mantenían una conversación intensa. Sus palabras llegaron con claridad a los oídos de Servando y Felipe.
    —¿No crees, Manuel, que el dinero tiene la capacidad de acaparar el corazón humano? —preguntó Pedro.
   —No solo eso —respondió Manuel—. Para muchos, es la vía para sentirse seguros, valorados y con prestigio social.
 
     Pedro iba a comentar algo más, pero Manuel lo interrumpió con tono firme:
    —La gran mentira es creer que uno posee dinero… cuando en realidad es el dinero quien termina poseyendo a la persona.
 
    Servando miró a Felipe con ternura.
    Felipe, por su parte, escuchaba con el gesto descompuesto. Algo dentro de él se removía. No sabía por qué, pero aquellas palabras le estaban atravesando el alma.
 
    Hubo una pausa. Manuel miró a todos y continuó:
  —La felicidad que buscamos no está en el dinero. Necesitamos levantar la mirada y reconocer que la verdadera plenitud humana se encuentra en los placeres sencillos de la vida.
 
    Los rostros cambiaron. La tensión desapareció
.
   —Disfrutar de las amistades, contemplar la naturaleza, gozar de la familia, admirar la belleza de la creación, servir a quien lo necesita, orar, agradecer… —enumeró Manuel, mirando a cada uno—. Nada llena más nuestro interior que esto. Entonces el corazón se expande, se agranda y se convierte en alegría y generosidad.
 
    Servando comprendió que no tenía que decirle nada a Felipe. Bastaba verlo.
    Felipe bajó la mirada.
    «Sí —pensó—, la felicidad no está en el dinero».
    Había comprendido que el camino que llevaba no conducía a ninguna parte.