sábado, 1 de enero de 2022

MARÍA, MEDITABA TODAS ESTAS COSAS EN SU CORAZÓN

 

La cuestión es creer o no creer. Dependiendo de lo que creas o no, tu camino queda señalado y tu historia tiene una meta. La cuestión – decimos – es que dependiendo del camino elegido, tu meta será un paraíso de gozo y felicidad eterna o el borde de un precipicio de caída sin fin, pero llena de sufrimiento y dolor. Por tanto, la cuestión no es una broma ni una tontería, nos va la vida gozosa y plena de felicidad y gozo. Porque, de ser la otra, será una vida llena de dolor y sufrimiento, y sin esperanza. Mejor no pensarlo.

Pero, volvemos con la cuestión, conviene pensarlo porque nos va mucho en juego. Y el tiempo no es mucho, se acaba y más pronto que tarde. El Evangelio nos recuerda hoy aquellos momentos del Nacimiento del Niño-Dios, y como aquellos pastores, que fueron los únicos invitados y anunciados por los ángeles que nacía el Niño-Dios esperado en Belén, contaron todo lo que les habían dicho y comprobaron que así era. Todo se presentaba ante sus ojos tal y como le habían dicho los ángeles. Y María, personaje central como Madre del Niño, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Convendría que también nosotros trataramos de meditarlas y conservarlas en nuestros corazones.

Esta es la historia y los hechos. Hechos que se han producido en la vida de Jesús, desde su Nacimiento hasta ahora, porque, Jesús, el Señor, Vive y permanece, si le abrimos la puerta de nuestros corazones, dentro de cada uno de nosotros. Y, como vimos ayer, ha existido siempre. Una vida, la de Jesús, que sabemos dónde empieza – su Nacimiento – y dónde termina – crucifixión en la Cruz -. Una muerte que marca el triunfo y la esperanza de la Resurrección. Porque, desde ese momento – la crucifixión de Jesús – la Cruz se ha convertido en el signo de nuestra salvación.

Xto. Jesús nos ha salvado con su Muerte en la Cruz, porque, según su promesa, también nosotros resucitaremos si creemos en Él. Esa es la cuestión, y sí que es importante y valiosa. Creer o no creer – como decíamos al principio – es el tesoro escondido que vive en lo más profundo de nuestros corazones. La fe es un don de Dios, porque no la puedes comprar ni adquirir por tus méritos ni obras. La fe hay que pedirla, mendigarla y abrirse a la Misericordia de Dios para, por su Gracia, recibirla. Pero, ten siempre la esperanza que Dios te la quiere dar, pues, ¿para qué, si no, ha enviado a su Hijo encarnado en naturaleza humana?