La experiencia nos
va descubriendo la verdadera realidad de la vida. Sabemos que por muy bien que
hagas las cosas, la vida te presentará tempestades, contratiempos y tormentas
con las que sólo podrás someterte y esperar. Pero, la pregunta viene enseguida
a la mente, ¿en quién esperas?
Porque para el
creyente la esperanza está puesta en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que
viene precisamente a eso, a liberarte. A liberarte de todo aquello que te
somete: tus propios afanes, tus pasiones, tu envidia, tu orgullo, tu soberbia,
tu ansías de riquezas, de poder, de ser más fuerte e inteligente que el otro,
de tu ensimismado narcisismo que te lleva a hacer de la mentira tu forma de
vida, sin saber respetar ni querer, de … Podemos añadir un largo etcétera y
siempre encontraríamos un sometimiento más. Quien realmente encuentra a Jesús,
disipas sus dudas, y siente que es eso lo que buscaba, lo que esperaba y lo que
responde a sus aspiraciones más auténticas.
Precisamente,
Jesús nos dice que viene a liberar a los cautivos, y, por mucho que disimulemos,
tú y yo lo somos. Por tanto, encontrarnos con Jesús siempre será liberador. Y
es de eso concretamente de lo que trata el Evangelio que leemos hoy: (Mc 5,1-20): En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región
de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los
sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien
nadie podía ya tenerle atado ni …
Un hombre,
sometido por un espíritu inmundo, se encuentra con Jesús, y el resultado es la
paz y la serenidad; la cordura y el sentido común; la liberación y el anuncio
de esa Buena Noticia que trae Jesús. Porque, sólo la Verdad (Jesús) nos hará
libre, Jn 8, 31-42.