miércoles, 10 de octubre de 2018

SIN RODEOS Y AL GRANO

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Lc 11,1-4
A veces nos perdemos intentando adornar nuestras oraciones, hasta el punto que nos cuesta iniciarlas y optamos por dejarlas. Una oración no es sino una simple petición. Necesitas ayuda, asistencia, auxilio, y lo pides. Ese es el núcleo de toda oración: pedir lo que necesitamos, es decir, el pan de cada día. Implorar perdón por nuestras faltas y fallos - pecados -  y solicitar protección, es decir, librarnos del mal y de las tentaciones que este mundo nos pone.

En estas tres premisas se fundamenta el núcleo de nuestra oración, y Jesús nos lo dejó bien claro y explicito en la oración que nos enseñó:  el Padrenuestro. Es una oración que nos marca un estilo de vida y una forma de vivir. Es una oración que expresa nuestra vivencia diaria y nuestra forma de compartir y comportarnos en el vivir de cada día. Es una oración que nos descubre que todos tenemos un mismo Padre y un mismo origen, y que, por supuesto, somos hermanos e iguales.

Eso nos compromete a ser fraternos y compasivos los unos con los otros. Y a compartir una misma fe y una misma fiesta al santificar al Padre de todos, nuestro Padre Dios. Nos invita a estar en íntima conexión con el Padre al que le pedimos por todas nuestras necesidades, y eso se necesita, valga la redundancia, todos los días. Por lo tanto, la frecuencia de esa petición es, no sólo diaria sino a cada instante, sobre todo porque necesitamos hacer su Voluntad, no la nuestra que está sujeta al error y a la equivocación.

Y, conscientes de que nos equivocamos y faltamos a cada momento, pues nuestra debilidad es manifiesta, necesitamos rogarle que tenga misericordia de nosotros que el Señor nos la da gratuitamente en la medida que tú y yo también la damos a nuestros hermanos en la fe. Y  todo eso se vive cada día, de ahí que la oración del Padrenuestro la vivimos y la tenemos presenta a diario. Es nuestro estilo de vida.