A la hora de
nuestro bautizo hemos recibido al Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo, tercera
Persona de la Santísima Trinidad, que nos acompañará, queramos o no, durante todo
el recorrido de nuestra vida. Podrás creerlo o no, pero nuestra madre la
Iglesia nos lo ha anunciado, enseñado y transmitido. Otra cosa es tu respuesta
y, en consecuencia, abras tu corazón a la acción de ese Espíritu Santo que nos
acompaña para asistirnos, auxiliarnos y fortalecernos en el camino correcto al
que somos llamados y para el cual hemos sido creados: alcanzar la Misericordia de nuestro Padre
Dios y la, junto a Él, felicidad eterna.
Eso es lo que
realmente hizo José, abrir su corazón al Espíritu Santo y obedecer. Creer lo
que le iluminó y actuar en consecuencia. Sabemos que fue lo que hizo, y también
sabemos que poco o casi nada dijo. La Biblia solo nos revela su conducta y su
forma de actuar, pero deja bien claro, tras las acciones de la María y, posteriormente
Jesús, su hijo adoptivo, que fue un buen padre ejemplar e hizo la Voluntad de
Dios.
Ante esta actitud
de San José podemos tratar de mirarnos y preguntarnos: ¿Qué hacemos nosotros en
nuestras familias? No con la intención de emularlo o de hacer lo mismo, sino
con la actitud de, abiertos también a la acción del Espíritu Santo, tratar de
escuchar lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Y desde nuestra humildad y
reconocimiento de nuestra pobreza, esforzarnos en ponernos, como San José, en
manos del Espíritu Santo para hacer la Voluntad de lo que Dios quiere para cada
uno de nosotros.
Evidentemente,
nuestros fallos y errores serán la nota más destacada. Somos unos pobres
pecadores y, desde ese reconocimiento y pobreza nos ponemos en manos del
Espíritu Santo esperanzados en que nos corrija, nos ayude y nos fortalezca y nos
dé la sabiduría, paz y esperanza de sabernos perdonados misericordiosamente por
nuestro Padre Dios.