lunes, 11 de julio de 2022

TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

Dentro de cada uno de nosotros hay una chispa de eternidad. Queremos y deseamos, por encima de todo, ser eternos. Eternos y llenos de gozo y felicidad, porque, eternos para sufrir no lo desea nadie. Hemos sido creados para ser felices y, padecer lo contrario – la infelicidad – sería lo peor que nos puede suceder.

Por eso y para eso, hemos recibido la Buena Notica que nos han transmitido los apóstoles, la Resurrección. Vamos a resucitar. Y Resucitar para ser felices eternamente. Pero ¡lo sabemos!, seremos felices si creemos en Jesús, el Hijo de Dios, y le seguimos en el esfuerzo de vivir en su Palabra y cumplir sus mandamientos. Él nos lo ha dicho: Jn 6, 47-59. Les aseguro que el que cree en mí tendrá vida eterna.

Conseguir esa felicidad eterna está directamente relacionado y proporcional – por decirlo de alguna manera – con el amor misericordioso del que seamos capaces de dar. Y eso exigirá dejar muchas cosas, tanto materiales como espirituales. Hay que despojarse de la envidia, rencor, odio, venganza, afán de riqueza, placer y comodidades que nos invitan a pensar en nosotros mismos y olvidarnos de las necesidades y sufrimientos de los demás. Dejarlo todo exige poner en el centro de nuestras vidas a Jesús. Todo lo demás – lo que necesitemos – nos será dado por añadidura.

 

Manuel se daba cuenta, al leer el Evangelio de ese día, que la elección a tomar era bastante dura y exigía dejar todo. Se hace difícil, así de sopetón tomar una decisión. Frunció el ceño y dijo:

―El camino es de lucha constante y de despojo permanente.

―Supongo que no hay otra alternativa ―musitó Pedro. Eliminas lastre o te será difícil caminar.

―Evidente ―respondió Manuel. La batalla es a muerte cada día. Una lucha interior contigo mismo. De lo que llena tu corazón, hablará y será tu vida.

―Hacer la travesía de este mundo solos será el mayor error de nuestra vida. Unidos e injertados en Cristo, todo será diferente. Y, la garantía de salir victorioso es cierta y segura.