Lucas 2, 1-14 |
De igual manera
así funciona este mundo. Me das y te doy según recibo. Nada es gratis y cuando
vemos algo regalado y dada gratis, simplemente por amor, nos sorprendemos y
extrañamos mucho. ¿Te has parado a pensar eso? Hoy celebramos eso que nos extraña
mucho, una vida regalada por amor de un Niño Dios que se hace pequeño, que,
siendo el Rey del Universo, se abaja y se hace igual a ti y a mí menos en el
pecado.
Y viene a este
mundo no como un rey sino pobre, sin presentación, sin escándalo, sin pompas ni
trompetas. Nace en un pesebre porque no encuentra quien le dé posada y su
nacimiento solo es anunciado a los pastores porque solo los pastores – pobres y
marginados – pueden escucharle y aceptarle. Solo desde la pobreza y la libertad
de nada tener que perder se puede abrir el corazón a la Palabra de la Buena
Noticia. Y los pastores como los pobres en cierto sentido son libres o, al
menor, están abiertos a la escucha de la salvación.
Por el contrario
quienes viven en la abundancia temen perder lo que tiene. Se siente atado a sus
riquezas y bienes. Recordemos a aquel hombre rico – Mt 19, 16-30 – y su
respuesta a la propuesta de Jesús. Esa es la actitud de quienes están tocados
por las riquezas, incluso muchos que siendo pobres están tentados por esa
ambición de riqueza. Y, lo importante, lo que importa mientras navegamos por
este mundo de luces, fiestas y regalos es preguntarnos ¿qué hacemos y cuál es
nuestra respuesta?
¿Queremos que ese Niño Dios nazca también en nuestros corazones o, por el contrario agachamos la cabeza y seguimos al lado de nuestras riquezas? Ahí está la verdadera celebración de la Navidad, ¿quién nace dentro de nuestro corazón? ¿Las riquezas, el poder, la fama, el prestigio, el placer…etc. o el Niño Dios?