Es evidente que el
mundo está lleno de hipócritas. Y no es cosa nueva, pues en tiempos de Jesús
abundaban por todas partes. Y, ahora, en nuestro tiempo, siguen abundando. La
hipocresía es un pecado del pasado, de presente y, posiblemente, del futuro. Muchos
son los que tratan de aparentar lo que no son, y dicen, lo que no hacen e imponen a los demás lo que ellos no van a
cumplir.
Son, los hipócritas,
maestros de la incoherencia. Predican un comportamiento, y ellos se comportan
según les convenga e interese. Tienen una doble vida y la viven según les
convenga en cada momento. Y la Iglesia, nuestra Iglesia, no se escapa de ello. En
ella también hay mucha hipocresía, la nuestra propia, porque muchas veces
imponemos o proponemos cosas a otros que nosotros mismos no estamos dispuestos
a cumplir.
Precisamente, este tiempo cuaresmal es una buena ocasión para proponernos limpiar la viga de nuestros ojos para poder ayudar a quitar la mota del de nuestro prójimo. Es una buena ocasión para humildemente tratar de ser más coherentes con nosotros mismos y esforzarnos en ajustar más nuestras palabras y mandatos con nuestras obras y vida.