lunes, 1 de agosto de 2022

¡COMPARTAMOS!

A lo largo de tu vida vas descubriendo habilidades y talentos que, al principio te habían pasado inadvertidos y ahora descubres que tienes esas habilidades. La pregunta es, ¿qué decides hacer con ellas? ¿Guardarlas para tu provecho y beneficio o ponerlas al servicio de los demás? La decisión, aunque te han sido dadas gratuitamente y sin condiciones, es solo tuya. Tienes libertad para hacer lo uno o lo otro. Tú decides.

En el Evangelio de ayer domingo, aquel rico insensato decidió guardarlo todo para su provecho y satisfacciones, y vemos que sucedió luego. Así sucederá, tarde o temprano, también con nosotros. Luego, ¿para qué tanto afán y preocupación hasta el punto de desplazar de nuestro camino lo verdaderamente importante, llegar al encuentro con Dios, nuestro Creador y Señor. Porque, sólo en Él seremos plena y eternamente felices.

Y a ese objetivo se llega, amando. Y amar supone compartir todas esas habilidades y talentos de los que hablábamos al principio de esta reflexión. Todo lo recibido nos ha sido dado gratuitamente para, también gratuitamente, compartirlo. Compartirlo con los que realmente lo necesitan y han sido menos favorecidos que nosotros. Precisamente, eso debe provocar nuestro celo apostólico de y para amar: administrar todo lo recibido entre todos los que han recibido menos y necesitan nuestra caridad para mejorar y vivir dignamente.

 

—¿No crees, Pedro, que el hambre y las injusticias se acabarían si todos los hombres nos lo proponemos como objetivo?

—Evidentemente. Hay suficiente bienes materiales y espirituales para, bien administrados y compartidos, alcanzar a todos dignamente y, así, mejorar sus vidas.

—Esa es la cuestión —afirmó Manuel—. Todo, lo de aquí abajo, depende del hombre. Dios le ha dejado libertad para administrarlos y ponerlos al servicio de los más necesitados y pobres.