Y Jesús denuncia
todas esas mentiras y trampas. Una buena y sincera meditación de este evangelio
del sábado nos compromete a nosotros hacer lo mismo, denunciar todo lo que se
está haciendo a espaldas de la ley.
Hipócritas que
viven de la demagogia y las apariencias. Se presentan como defensores de los
pobres y viven como reyes en suntuosas casas – casi palacios – y a todo tren.
Se pasean con fastuosos coches, aviones, vestidos y joyas y se banquetean
incluso hasta saltándose la ley. Y luego cargan sobre los hombros de los demás unos
fardos que ellos mismos no están dispuestos a mover.
Son vivos retratos de aquellos que también vivieron en la época de Jesús. Y nosotros no podemos permanecer callados. Debemos denunciarlo y darlo a conocer al pueblo con todas nuestras fuerzas y proponer la fraternidad, la igualdad en dignidad y derechos, la verdad y el amor. Precisamente, el Reino de Dios. Un Reino que debe estar siempre en constante revisión porque la lucha es diaria y, al menor descuido, podemos bajar los brazos y dejarnos seducir por esas prebendas, lujos, tentaciones y poder que otros nos ofrecen con el propósito de que miremos para otro lado, cerremos nuestra boca y hagamos silencio en nuestro corazón apagando su fuego. Nunca olvidemos que camina y está con nosotros el Espíritu Santo.