jueves, 4 de diciembre de 2025

APOYADO SOBRE ROCA

Mt  7, 21. 24-27

    El lunes amaneció con cierta desdicha, pues todo empezó a revirársele a Santiago. El envío que esperaba no resultó ser el imaginado ni el que satisfacía su gusto. Luego todo se fue torciendo hasta el punto de que experimentó que todo se le venía abajo.

    Llegó a sentir en su corazón un extraño deseo de esperanza mezclado con ganas de explotar. Pero —pensó—: «Dios mío, dame paciencia para soportar todo esto con serenidad y alegría».

    Al mismo tiempo, en otro lugar, Daniel estaba exultante y entusiasmado. Todo le iba viniendo a pedir de boca. El mundo —así lo veía él— se arrodillaba a sus pies. Se sentía el hombre más feliz del mundo.

      Con estas palabras, Manuel narraba una anécdota que le habían contado hacía un tiempo. No era casualidad mostrarla, sino la sana intención de enseñar las dificultades del seguimiento de Jesús.

    —¿Qué les parece? —se dirigió a todos los tertulianos presentes—. ¿Qué opinan de esta historia?
    —A simple vista —respondió Pedro—, porque supongo que no has terminado de contarla, creo que Santiago va mejor encaminado que Daniel.
    —No sé —intervino otro de los tertulianos—, pero la vida tiene esos altibajos: mientras unos sonríen, otros sufren.
    —Pues bien —continuó Manuel—, exactamente así fue. Vinieron tiempos de tempestad y Santiago resistió apoyado en el Señor. Mientras tanto, Daniel se vino abajo. Su vida estaba sustentada en las cosas de este mundo y no pudo resistir los embates de la vida.
    —Intuía que iba a suceder algo de eso —dijo Pedro—. Sin un buen apoyo, todo se viene abajo.
    —En los buenos momentos hay que apuntalarse bien para cuando lleguen los malos —comentó nuevamente el tertuliano.
    —La vida —añadió Manuel— La vida —añadió Manuel— hay que construirla sobre roca para que, cuando llegue la tormenta, no se derrumbe. Eso es lo que nos dice Jesús en Mt 7,21.24-27: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos».

     Luego, levantándose y mirando a todos, concluyó:
   «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y…».

    Todos habían entendido.
   Tu vida será el resultado de tus actos, y tu camino seguirá adelante si lo recorres apoyado en Jesús, Señor de la vida y de la muerte.