| Mt 7, 21. 24-27 |
El lunes amaneció con cierta
desdicha, pues todo empezó a revirársele a Santiago. El envío que esperaba no
resultó ser el imaginado ni el que satisfacía su gusto. Luego todo se fue
torciendo hasta el punto de que experimentó que todo se le venía abajo.
Llegó a sentir en su corazón
un extraño deseo de esperanza mezclado con ganas de explotar. Pero —pensó—:
«Dios mío, dame paciencia para soportar todo esto con serenidad y alegría».
Al mismo tiempo, en otro
lugar, Daniel estaba exultante y entusiasmado. Todo le iba viniendo a pedir de
boca. El mundo —así lo veía él— se arrodillaba a sus pies. Se sentía el hombre
más feliz del mundo.
Con estas palabras, Manuel
narraba una anécdota que le habían contado hacía un tiempo. No era casualidad
mostrarla, sino la sana intención de enseñar las dificultades del seguimiento
de Jesús.
—¿Qué
les parece? —se dirigió a todos los tertulianos presentes—. ¿Qué opinan de esta
historia?
—A
simple vista —respondió Pedro—, porque supongo que no has terminado de
contarla, creo que Santiago va mejor encaminado que Daniel.
—No
sé —intervino otro de los tertulianos—, pero la vida tiene esos altibajos:
mientras unos sonríen, otros sufren.
—Pues
bien —continuó Manuel—, exactamente así fue. Vinieron tiempos de tempestad y
Santiago resistió apoyado en el Señor. Mientras tanto, Daniel se vino abajo. Su
vida estaba sustentada en las cosas de este mundo y no pudo resistir los
embates de la vida.
—Intuía
que iba a suceder algo de eso —dijo Pedro—. Sin un buen apoyo, todo se viene
abajo.
—En
los buenos momentos hay que apuntalarse bien para cuando lleguen los malos
—comentó nuevamente el tertuliano.
—La
vida —añadió Manuel— La vida —añadió
Manuel— hay que construirla sobre roca para que, cuando llegue la tormenta, no
se derrumbe. Eso es lo que nos dice Jesús en Mt 7,21.24-27: «No todo el que me
dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos».
Luego,
levantándose y mirando a todos, concluyó:
«El que escucha estas
palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que
edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron
los vientos y…».
Todos habían entendido.
Tu vida será el resultado de
tus actos, y tu camino seguirá adelante si lo recorres apoyado en Jesús, Señor
de la vida y de la muerte.