Parece una
contradicción lo que Jesús nos dice en cuanto vemos como ha terminado Él. Y
nosotros pensamos que esa invitación a crucificarnos en nuestra vida no nos
parece bien ni apetece. Quizás no entendemos lo que realmente piensa, hizo y
nos pide Jesús. El se ofrece libre y voluntariamente al Padre para hacer su
Voluntad. Y le pide – recordemos aquella noche en Getsemaní – al Padre que se
haga su Voluntad y no la de Él que ya le pesaba demasiado. Acepta su sacrificio
por Amor, porque el Padre se lo pide también por Amor. La locura de nuestro
Padre Dios es el Amor y, por él, su Misericordia Infinita.
Jesús se da cuenta
de que la única posibilidad de que el mundo le entienda es amándolo. Y ama al
mundo y todo lo que lo contiene hasta el extremo de entregar su Vida libre y
voluntariamente por amor a la Voluntad de su Padre. Y es eso lo que le pide al
Padre en cada instante de su Vida. Es más, acepta la misión que el Padre le
encomienda por y para eso: Amar Misericordiosamente como es la Voluntad de su
Padre.
Y es la oración,
el vehículo que le une al Padre íntimamente, lo que Jesús utiliza en cada
instante y a cada momento de su vida. Su Padre siempre está a una oración de
distancia hasta identificarse con Él. Es realmente Camino, Verdad y Vida para
todos los que le escuchan y le siguen. Marca el Camino hacia la relación con el
Padre y, en, con y por Él llegamos a conocer y relacionarnos con nuestro Padre
Dios.
Dios llega a la cruz porque esa es la Voluntad del Padre y eso es lo que Él le pide a cada momento, que se haga su Voluntad y no la de Él. Porque ese es el camino que el Padre ha elegido para llegar a la Gloria eterna. Y ese es también el camino que nos propone a nosotros invitándonos a pedirle al Padre esa fortaleza, esa paciencia, esa voluntad para cumplir con lo que el Padre nos pida. Sin perder la esperanza de que llegará el momento de la Gloria Eterna, como Jesús, en la Resurrección.