Lc 1,5-25 |
Es verdad que en la vida nos encontramos como muchos signos y señales de todo tipo. Incluso, ¿cuántas veces hemos soñados sobre algo que no entendemos o que creemos que va a suceder? Quizás, porque no entendemos nada, dejamos de insistir o pensar en ello. En otras palabras, pasamos de largo. Seguimos nuestra intuición y cerramos nuestros ojos a todo aquello que no entendemos.
Zacarías, de quien nos habla el Evangelio de hoy, actuó de esa manera. Deseaba un hijo y lo había pedido al Señor, pero, a la hora de la verdad, y siéndole concedido, tuvo sus dudas y quiso saber de qué manera iba a suceder eso, pues le parecía imposible debido a la vejez y esterilidad de su mujer. Esa duda en el Poder de Dios, para el que no hay nada imposible, le silenció su boca hasta que comprendió y creyó en el Poder de Dios.
¿Qué significa esto para nosotros? La pregunta que debe interpelarnos puede ser: ¿Creo yo en el Poder de Dios y que también me habla a mí? O, ¿creo que significo algo para Dios y que, por tanto, me habla y quiere algo de mí? Cómo Juan, ¿tengo yo algo que hacer y preparar para la venida del Señor? ¿Acaso debo preparar mi corazón y disponerme a abrirlo para acoger y alojar al Niño Dios que me invita a renovar mi endurecido corazón en un corazón suave y manso?