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(Lc 7,11-17) |
Supongo, no puedo entenderlo de otra forma, que la gente que presenció este milagro de Jesús quedaron tocados y, con toda probalidad, se convirtieron. No hay otra salida, sino la de creer al ver un chico joven en ataúd camino al cementerio para ser enterrado y, de repente, parado y llamado a la atención por Jesús, despierta, se levanta y se pone a hablar.
¿No es para arrodillarse y postrarse ante el Señor? ¿Es qué hay otra manera de reaccionar o responder? Supongo que eso fue lo que sucedió porque no se puede entender otra cosa. "El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran
profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su
pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda
la región circunvecina".
Lo que nos cuenta el Evangelio es lo que todos, por pura lógica, pensamos que pudo suceder. No es normal resucitar a un muerto, y quién lo hace descubre y revela que tiene poder sobre la muerte. Pero al mismo tiempo, que nos revela su Divinidad al tener poder sobre lo natural, nos manifiesta su Amor Misericordioso al tener compasión de ella y preocuparse por su dolor y su llanto.
El Señor nos expresa el motivo de su misión: "Ha venido a salvarnos, ha darnos la esperanza sobre la muerte. Ya no es ella la que tiene la última palabra. Es el Señor dueño de la muerte y la vida. Y ha venido para darnos Vida en abundancia.
Danos Señor la sabiduría de descubrirte como Hijo de Dios y Señor de la Resurrección, porque quienes creen en Ti tendrán Vida Eterna. Amén.