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Mt 9, 9-13 |
Pedro se quedó de piedra, no entendía eso de llamar
a los pecadores. Menos aún eso de Misericordia quiero y no sacrificios. Estaba deliberando
sobre eso cuando oyó una voz que le llamaba.
—¿Qué tal, cómo andas? ¿Te veo pensativo, te ocurre
algo? Había llegado Manuel y le sorprendía verlo tan ensimismado y reflexivo.
—No, nada en particular. Acababa de leer el
Evangelio de hoy y estaba pensando en esto de «llamada a pecadores y
misericordia quiero». —¿Se te ocurre algo a ti?
—Yo entiendo que Jesús, el Hijo de Dios, ha
venido a este mundo a ofrecer al hombre su salvación. Es decir, liberarlo de la
esclavitud del pecado para vivir eternamente en plenitud de gozo y felicidad
junto a su Padre.
—¿Y lo de Misericordia quiero?
—¡Hombre!, si somos pecadores necesitaremos que nuestro
Padre Dios nos dé la oportunidad de arrepentirnos y acogernos a su
Misericordia. De ahí que Jesús nos
ofrece la Infinita Misericordia de su Padre Dios.
—Ahora lo tengo más claro. Gracias Manuel.
El Señor Jesús ha venido a este mundo a anunciarnos el
Infinito Amor de nuestro Padre Dios y su ofrecimiento misericordioso para que
podamos, arrepentido de nuestros pecados, y purificados por su Gracia, compartir
eternamente su Gloria en eterna alabanza.
Eso, al parecer, había quedado muy
claro en el diálogo de Manuel y Pedro. Y eso es la Gracia que realmente nos
salva: el Infinito Amor y Misericordia que Dios nos da y nos anuncia a través
de la venida de su Hijo a este mundo.