La pregunta me la
hago a mí mismo: ¿Quién soy yo para que me visite mi Señor? Porque, si vivo y
estoy salvado es porque el Señor, mi Dios, me ha creado, me ha mirado y ha
depositado para mí su Infinita Misericordia.
María, la Madre de
Dios, me da ejemplo y su testimonio deber marcar mi vida. Porque, ella, la elegida
para ser la Madre de Dios, se ha humillado hasta el punto de ofrecerse como la
esclava del Señor. Y ha sido fiel al Plan que Dios le ha asignado.
Y yo me pregunto:
¿Soy fiel al Plan que Dios ha pensado para mí? ¿He tratado de esforzarme y de
buscar que me pide Dios que realmente haga? ¿Soy consciente de que yo también
he de tener una misión? ¿Trato de escuchar, de abrir mis oídos y mis ojos
para encontrar en Él, mi camino, mi
verdad y mi vida?
Dios promete y espera que tú, tal y como hizo María, respondas con fe, fiándote de su Palabra. Y es así como Dios se manifiesta en nuestra vida. Me toca, por tanto, como María, fiarme de la Palabra del Señor y aceptar todo lo que acontezca en mi camino sabiendo que Dios, mi Padre, está presente, me mira y espera que mi respuesta sea como la de su Madre, María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra.