A lo largo de
nuestra vida tenemos oportunidades que nos ayudan a descubrir nuestros
talentos. Simultáneamente descubrimos que eso que hacemos más o menos bien va
en sintonía con nuestra vocación. De alguna manera descubrir nuestra vocación
creo que van en correspondencia con nuestras habilidades o talentos. Y es eso
precisamente lo que debemos explotar y ofrecer de forma gratuita, entiéndase
servicialmente, a los demás.
Hacer bien nuestro
trabajo empleando generosamente nuestras habilidades y talentos para el bien de
todos es lo normal y lo que, grabado en nuestro corazón, entendemos que debe ser.
De forma que esconderlos, reservarlos para mí provecho y comodidad se convierte
en un delito. Delito que la sociedad no ve ni imputa, pero pecado que nuestro
Padre Dios, quien te ha dado esos talentos, si ve y no le parece bien.
La parábola que
acabamos de leer nos lo deja muy claro. Posiblemente, si eres de la actitud del
último, ten mucho cuidado porque detrás de tu comodidad y negligencia no hay
nada bueno. Al final eso te pasará una factura muy cara y dura.
Es de sentido
común poner todo lo recibido al servicio de los demás. Sobre todo de aquellos
que lo necesitan. Eso está escrito a fuego en nuestros corazones y no hacerle
caso o mirar para otro lado, será más cómodo y aparentemente más gustoso, pero interiormente
más perjudicial y dañino. Porque al final lo que nos gusta es hacer el bien y
amar. Para eso hemos sido creados y es ahí donde se esconde nuestra verdadera y
plena felicidad.