sábado, 8 de diciembre de 2018

MARÍA, LA INMACULADA

Resultado de imagen de Lc 1,26-38
Estaba ya profetizado por el profeta Isaías: Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel - Is 7, 14 - y en su momento oportuno se ha cumplido. ¿Acaso no es esto un milagro, o es que Isaías era un vidente que se adelantaba a muchos siglos a este acontecimiento? ¿No es esta profecía y luego el acontecimiento que lo verifica y lo hace realidad lo suficientemente testimonial que prueba lo profetizado? ¿Acaso lo que quieren pruebas no les basta ésta?

María es la elegida para tan alta misión y le responde afirmativamente a Dios. María no le falla a Dios y corresponde con su Sí decidido y entregado a su llamada. Acepta su misión y deja todo. Tenía su proyecto, quizás como todos, y lo deja por atender a lo que Dios le pide. Posiblemente le temblaron las manos por lo que le hacía a José, su futuro esposo, pero decidió seguir el Plan de Dios.

Lo deja todo y sigue la Voluntad de Dios. Responde a su llamada, que no está exenta de dificultades y riesgos. Rompe, aparentemente, en principio, su compromiso con el bueno de José, y se pone en boca de sus familiares, su entorno y todo el pueblo que conocían su compromiso de desposada. Y no tiene mucha defensa, pues de explicar su llamada la tomarían por loca, el primero José. Y es que los planes de Dios no los entienden los hombres.

Ahora, llegado a este punto tratemos de volver la mirada hacia nuestro interior. ¿Tengo yo algún proyecto? ¿Estoy acomodado, instalado en él y en mi vida? ¿Estoy disponible, receptivo y atento a escuchar la llamada de Dios? ¿Experimento su presencia en el camino de mi vida? Dar respuesta a estos posibles interrogantes con serenidad y a la luz del Espíritu Santo nos puede ayudar a vernos por dentro, a pararnos y reflexionar sobre nuestro camino y la medida de nuestra fe.

 María, la Virgen y Madre de Dios, nos puede servir de modelo y orientación para motivarnos y responder también nosotros a la llamada del Señor. Sin lugar a duda que nos habla, pues somos sus criaturas y, por nuestro bautismo hemos quedado configurados por el Espíritu Santo en sacerdote, profeta y rey, y tenemos una misión que realizar y discernir cómo llevarla a cabo. No será nada que no podamos realizar, porque Dios, nuestro Padre Bueno,  no nos pedirá más de lo que nos ha dado y podamos hacer.