Jesús se da cuenta
de lo que necesitas y está abierto y disponible a dártelo. Quizás eso te exige
y obliga a estar cerca o a pedírselo. Solo se le da a quien está dispuesto a
recibir. O dicho de otra manera, a quien lo necesita y lo pide. Es evidente que
cuando necesitas buscas y, en eso, el Señor está al quite pues ha venido para
socorrernos, no solo espiritualmente sino también materialmente. El Señor nos
salva íntegramente, cuerpo y alma.
El Evangelio de
hoy nos narra uno de esos momentos en que Jesús advierte la necesidad de
aquellos que le habían seguido. Entiende que necesitan comer y en la situación
que se encuentran no les es posible. Y no se cruza de brazo sino que trata de
despertar ese deseo de asistencia y ayuda a sus apóstoles. Y, tal nos dice el
Evangelio, actúa y resuelve la situación con la multiplicación de panes y peces
que ya conocemos.
Es evidente que Jesús nos enseña a movernos y a actuar al alcance de nuestras posibilidades, está claro, a ayudar al necesitado. Pero, también es evidente que el necesitado tiene que situarse en actitud de disponibilidad y de recibir esa ayuda, que le compromete y exige moverse y corregirse. No está bien, si se puede, vivir del cuento. Porque todos estamos obligados a amar. Y amar significa servir y, cuando no se puede, ser servido. Un mundo en esa actitud nos ayuda a superar muchas circunstancias difíciles y a resolver muchas situaciones problemáticas aunque en algunos momentos se presenten como cruces en nuestra vida y nos duela.