El pecado no está afuera
del hombre, vive dentro de él y es ahí donde tiene que combatirlo. Todo lo que
está afuera no contamina al hombre si no permite que entre dentro de él. Porque
es precisamente dentro del corazón del hombre de donde salen los pensamientos
impuros, las malas intenciones, la soberbia, la lujuria, robos, homicidios,
fornicaciones, adulterios, fraudes, desenfrenos, envidias, difamación, orgullo,
frivolidad…etc.
Y es ahí, dentro
de él donde el hombre tiene que purificarse, resistirse y mantenerse puro. Esa
es la lucha de cada día ante estas tentaciones y deseos que en muchas circunstancias
se admiten y se aceptan hasta el punto de considerarlas dentro de la ley. Tal
es el caso de considerarlas amnistiadas por intereses políticos o de otra índole.
Es evidente que
Jesús molestaba con sus denuncias ante lo establecido y políticamente correcto
y lo tomado como costumbre que inoculaba falta de fraternidad. Confundir lo
correcto con lo conveniente y el interés era ya una costumbre y los discípulos
no podían caer en esa trampa y mentir. Jesús les pone en alerta, les previene y
les impulsa, a pesar de que van a ser considerados forasteros de este mundo, a
oponerse a la mentira, a lo falso, al engaño e injusticia y a decir la verdad.
Les invita a oponerse a lo que desayuda, a lo que engaña, lo que envilece, lo
que roba, lo que dignifica.
El profeta que tenían dentro debía pasear libremente en su interior, sin negociar a la baja en nada decisivo. De esa luz debía estar lleno el corazón del hombre (Del Evangelio Diarios en la Compañía de Jesús – Francisco José Ruiz, SJ).