Sus palabras no
dan lugar a duda: Al día siguiente
Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que
se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía,
pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan
dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del
cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y
doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».
También en cada uno de nosotros – los bautizados – ha bajado el Espíritu. El mismo Espíritu que bajó sobre Jesús en el Jordán. Y lo hace – por regalo gratuito del mismo Jesús y por los méritos de su preciosísima sangre – para que podamos alcanzar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la paz. De ahí la gran importancia de recibir el bautismo.