miércoles, 5 de mayo de 2021

EN LOS MOMENTOS DE LA PODA

 

Se supone que si la poda la hacemos nosotros mismos no podamos, valga la redundancia, lo que realmente conviene podar en nuestras vidas. De la misma manera que somos unos malos jueces de nosotros mismos, también podaremos de nuestra vida aquello que quizás sea lo que menos conviene podar. Somos débiles y nunca haremos un fiel análisis de lo que realmente nos conviene podar. 

Lo mismo sucede, podemos decir, de la confesión. De ahí que sea imprescindible confesar con un sacerdote y no, como algunos quieren justificarse, alegando que basta con confesarse ellos directamente con Dios. Se supone que nos ocurriría lo mismo que en la poda. Siempre veríamos la realidad desde nuestra perspectiva más fácil y cómoda. Necesitamos que otros - sacerdotes -  nos aconsejen y nos orienten, asistidos por la Gracia de Dios.

Nuestra naturaleza es débil y frágil, y siempre se verá condicionada por nuestras pasiones, sentimientos, perezas, envidias, venganzas, odios y muchas más cosas. Nuestras fuerzas se debilitan a la hora de nuestra propia poda, de todo aquello que conviene desprendernos - podarlo - de lo que nos sobra y no nos es necesario. Solos, nuestras raíces quedarán debilitadas y terminarán por secarse y no dar frutos.

Necesitamos permanecer en el Señor y, necesariamente, dejarnos podar por Él. Porque, para dar frutos, que no éxito, es necesario sembrar y cultivar nuestra vida desde permanecer injertado en Xto. Jesús. Sólo Él sabe que es lo que nos conviene realmente podar y lo que es necesario. Él nos conoce, es nuestro Creador y sabe qué clase de frutos podemos dar. Frutos que nacen de nuestro compartir y disponibilidad para amar y darnos. Frutos que en muchas circunstancias tienen un sabor amargo, agrio, doloroso, o alegre y dulce.

Frutos que son el resultado de hundir nuestras raíces en la tierra de nuestro corazón para que, muriendo a nuestro propio yo - egoísmo - demos nacimiento a esos verdaderos frutos de amor.